DURAR (Juan Carlos Macedo)
“El que pretende dirigirse a la humanidad, o es un tramposo o está equivocado.
La pretendida comunicación se cumple o no; el autor no es responsable, cuando ella se da es por añadidura. El que quiera enviar mensajes -como se ha dicho tantas veces- que encargue la tarea a una mensajería”
La pretendida comunicación se cumple o no; el autor no es responsable, cuando ella se da es por añadidura. El que quiera enviar mensajes -como se ha dicho tantas veces- que encargue la tarea a una mensajería”
ONETTI
Durar en poesía
HEMOS ESTADO JUNTOS PARA SIEMPRE
HEMOS ESTADO JUNTOS PARA SIEMPRE
Afecto fue la respuesta de Juan Carlos Macedo a su “diagnóstico de derrota” como él decía, en jerga médica. (“Sin oportunidades,/ nos han dejado apenas;/ abrazo en vuelo;/ la acumulada en otros construcción/ de qué victorias?”) El afecto fue cura, medida de la salud, pharmakos salvador. (“Y no hay voz duradera sin afecto”; “Y (vano) es el esfuerzo, basta/ que el amor no muera”; “[...] un adentrarse cierto al conocer/ en el momento que golpea el afecto/ e ilumina”). Medida que excedió siempre la medida porque el afecto trasciende al sujeto, lo excede. Así como la poesía excede su estatuto letrado cuando se hibrida con el discurso científico, con el coloquio, hasta con el cuerpo de un telegrama: “la poesía ordena./ Las palabras en el límite del desorden/ desorden del afecto/[...] no termina el abrazo que uno a uno/ hoy me comprueba./ La vida son ustedes y termino lo perdido/ y nada empieza/ hemos estado juntos para siempre.” [1] Porque la poesía está hecha para “seguir viviendo”, escribe. (“Habiéndome ocurrido una afición temprana por el aire/ por los pulmones llenos [...] decidí que la poesía debe seguir viviendo/ al paso del que pasa,/ en el mismo camino”.)
Decía que le costaba trabajo escribir. Que le llevaba tiempo. El tiempo fue tema y eje de coordenadas (Durar es título común de toda su obra). Y el lugar, también (la Poesía vertical, de Roberto Juarroz, es referencia cardinal en su producción). La problemática de tiempo y lugar en su caso no puede considerarse al margen de la historia, ni fuera del territorio material y simbólico de la dictadura uruguaya, sino en el contexto de desplazamientos determinados por ese período de inseguridades. (“Y nace repentino/ He ahí que puede confundirse la morada/ con un golpe de suerte/ [...]/ se hace lugar vecino cualquier parte”[2] ) El camino del exilio interior, el inxilio o insilio, fue el suyo. Su obra no puede ser considerada aparte de esa peripecia oximorónica: la de ser un desterrado de adentro, implosionado hacia el “afuera” del Interior del país. En marcha atrás al futuro de la Doctrina de la Seguridad Nacional, a punto de partida del asalto sesentista a los cielos. (“Nadie puede probarse pequeño o extranjero/ desde que el trazo absorbe o recupera/ el espesor sin fechas del paisaje// Tampoco sobra entonces la sorpresa/ Son hombres en silencio/ en sus lugares”)
El lugar que su vida y su escritura elevaron a categoría de aleph fue Migues, espacio multitemporal, enmarcado en el presente perpetuo de los pueblos olvidados. A él se refiere en “Bases de acuerdo: fragmentos”: “En Migues, Arroyo Blanco, u otros pueblos, hoy, hay quienes desconocen que unos y otros existieron. Entre los tres ninguno se recuerda. Dicen que hoy, comprende a todos en la misma fecha; que es la misma historia. No es cierto. No es el tiempo, sino la duración en la poesía, el sitio de reunión posible.” Se trata de duración en el afecto ceñido, y crecido, por el decir. En la conversación, puntualizaba que durar ya era vencer[3] .
La poesía de Juan Carlos Macedo articula una lengua fronteriza. Su realización verbal fuerza normas gramaticales, límites disciplinares, códigos nosológicos. La versificación, sentenciosa, disocia concordancias (género, número, tiempo verbal) para instaurar un decir de sabiduría que establece zonas disonantes, de fricción, con la lógica sintáctica y, muy probablemente, con otros niveles pedagógicos estratificados en el discurso aforístico, que aquí suena distinto. De sus máximas no se extrae una regla así nomás: “Ninguna claridad rinde el presente”; “La dignidad no es un asunto personal”. Aunque era riverense, nacido y crecido en la frontera con Rio Grande do Sul, no me refiero a interferencias del portugués en la norma de su español. Sino a algo mucho más amplio, a una asunción de la complejidad representacional, y de la vida misma, que trae aparejada una locación cultural de aluviones, trasiegos (“Como la tierra la verdad no nace,/ es sólo un crecimiento que transforma/ así el dolor en casa:/ América Latina”). La noción de frontera comporta la virtual movilidad de los límites y/o su transgresión. Si se entiende por “límite” la divisoria establecida jurídicamente entre dos soberanías o circunscripciones, la “frontera” sería la dinámica zona de interacción entre ellas. La “frontería, antiguamente sinónimo de frontera –recuerda Abril Trigo[4] - indicaba también la acción de hacer frente, de construir, abrir”, y por lo tanto sugiere “más espacio que línea, más territorio que mojón”.
En “Márgenes”, texto del primer Durar (1974) hay una reflexión abarcadora: “En ajuste de cuentas/ el tiempo no es variable adecuada/ pero el ascenso/ la frontera quebrada-incorporada/ Toda acción las incluye.” A. Trigo señala que el intelectual latinoamericano ha estado “desde siempre condenado a los márgenes de la episteme occidental”. Se desprende que ha sido siempre un fronterizo a los núcleos duros de pensamiento dominante, “pero del lado de adentro”. Desde la perspectiva periférica la inversión es, como en el mapa invertido de Torres García, la imagen vista al derecho: “un instrumento de medida inútil/ el centro”, escribe, en “Alba adquirida”, el poeta.
Es posible medir esta afirmación de un Macedo fronterizo, en lucha de recuperación y conquista simbólicas, confrontándola con un tramo, significativo, de su obra. No es casual que su proyecto editorial, incumplido a la hora de la muerte [5] , haya sido el diálogo poético con las pinturas “polifocalistas” de Manuel Espínola Gómez. Un diálogo no solo, como es obvio, interdisciplinario, sino tensado por una vocación de ir más allá del cruce entre dos lenguajes artísticos hacia la articulación de una koiné transdisciplinaria. Una lengua franca “hablada” tanto por la recepción poética de la obra pictórica, como por la puesta en página (pentagonal) de cada texto, su diagramación e incluso su lectura. Una “lengua”, en el caso de ese libro (de formato octogonal) en colaboración, articulada para registrar tanto el derroche como la máxima economía semiológicos. Una lengua que redefine su adentro/afuera, códigos de pertenencia y su comunidad de hablantes. Me dentengo un poco en este ejemplo porque este objeto editorial, atípico, propone un tipo de lectura multívoca. Sus elementos entrecruzados interpelan un universo específico y genérico a la vez: el de “los plurales”, para decirlo con una expresión del propio poeta [6]. Es decir, un universo donde el espesor semántico de las pluralidades intra y extra-artísticas se conjugan e intensifican. Tal libro es el contrapunto de dos lenguajes dominados con maestría. Pero también representa una utopía de recuperación o amasado de identidad, trascendida a experiencia de diálogo, por parte de dos uruguayos que transitan la segunda mitad del XX provenientes de generaciones sucesivas. El contacto fue en 1975, el obsesivo “Año de la Orientalidad”, saturado de marchas militares. Las “Sonorosas siestas lejaneras” de uno repican en el “De Arroyo Blanco en siesta”, del otro. Ambas infancias pueblerinas junto con vivencias del campo y de la cultura campesina se muestran configuradoras de estructuras de sentimiento. Y tal vez, de lenguaje.
Montevideanos marginales a su manera, los dos, tuvieron en común patrones lingüísticos no estándar, usos de la lengua que, supongo, debieron inducir a proyecciones, identificaciones, al recíproco reconocimiento. La escritura de ambos (porque el pintor también practicaba la escritura, incluso la artística) registra particularidades que, quien los escuchó hablar, vincula a sus realizaciones orales. Creo no errar si afirmo que coincidieron en la importancia dada a la emisión de la voz, al discurrir conversacional, al logos reflexivo y también, al silencio. ”Vuelve el silencio a consumar su acto/ de vasto peregrino”, escribe el poeta ante el cuadro “La luz, las distancias y las horas”. Y aventuro la hipótesis de que aquellos comportamientos relacionales fueron marca de culturas rurales que ellos, Macedo y Espínola, actualizaron con esmero, a la vez que efectuaban sus propias reinscripciones en la bohemia de tertulia de café, en la gestualidad pública del foro o la asamblea, en el ateneo profesional. Tal margen de afinidades se registra también en los ángulos escogidos para fotografiarse juntos: de espaldas, a contraluz. Como en una foto-provocación surrealista forzada a otra vuelta de tuerca. Escribe Macedo en las últimas líneas del libro: “La poesía es experiencia de los únicos puntos a los que nadie escapa, lo común: los límites. Poesía, es decir, ni más acá ni más allá, sino en el límite, de lo que por su presencia, ya no tiene. Es ese límite de lo ilimitado, que constituye una duración.”
Esa es la dimensión de lo fronterizo en la poesía macediana, la praxis del contacto, y apostar a los intercambios que la inscriben. Su escritura es un sitio “otro” donde las voces de los vencidos se congregan, se entrecruzan y existen, resisten al temporal, duran. “No son ojos en fuga./ Es lluvia, [...] no cae, distribuye/ los fundamentos que aún nos perpetúan”. Y en el territorio de la duración ofician movimientos, despliegan estrategias vitales. Allí donde estén y sean reactualizan/reactualizarán “la necesidad de transformar la vida”.
Montevideo, setiembre 2004.
[1] Texto de un telegrama enviado por J.C. Macedo a la Asociación de Escritores del Uruguay con motivo de la recepción a tres escritores que habían sido liberados (1984). (La Hora. Montevideo, 7/7/86, p.2).
[2] “Poema 8”, Ocho poesías de Juan Carlos Macedo sobre ocho cuadros de Manuel Espínola Gómez, Cal y Canto, Montevideo, 2003.
[3] “La eterna novedad es la vida que no acaba”. Oroño, Tatiana- Elder Silva. La Hora. 7/7/86, 2-3: “Porque los otros ganaron y vos perdiste. [...] Y partimos de la base de que si nosotros duramos, ganamos siempre.”
[4] “Fronteras de la epistemología: epistemologías de la frontera”, Revista papeles de Montevideo, Nº1, Trilce, Montevideo, 1997: 71-89.
[5] El proceso de edición culminó gracias al concurso del Dr. Antonio Turnes en oportunidad del homenaje organizado por la comisión de la Casa de los Escritores del Uruguay-en formación (Elbio Chítaro, Tatiana Oroño), con adhesión del SMU, el CASMU y sobre todo, la comunidad de Migues (31/05/03).
[6] “¿De cómo en este punto sus plurales?”: “Acuerdo”, Durar III. Resistencias. Arca, Montevideo, 1986. (Comentario en: Oroño, Tatiana. “Discurso poético e insilio. De cómo en este punto sus plurales (Sobre la obra poética de Juan Carlos Macedo).” Revista Hermes Criollo Nº6, Montevideo, Agosto-Noviembre 2003: 74-86. )
Agradecimiento: a Luis Pereira por aproximarnos esta nota
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