Un Uruguay que los uruguayos conocen mal, incluso algunos políticos.
Foto y edición del editor / un lugar en la cuenca lechera |
Octubre de 2014 / Un lugar en la cuenca lechera
Ya era la segunda oportunidad que Agustina una lactante de
cuatro meses era anotada para realizarse la evaluación de salud mensual en mi
consulta de la policlínica rural de Mendoza Grande y su madre no podía
llevarla.
Como tenía algunas horas comunitarias disponibles buscamos
con la enfermera los datos y mientras terminaba de atender los pacientes que
quedaban ella fue averiguando todo lo necesario para preguntar cómo llegar a la
casa de la niña. Los teléfonos no fueron útiles, ya que solo pude dejar
mensajes de voz. Me puse en contacto con el equipo de UCC y me dieron
indicaciones para llegar, bastante precisas por cierto: mirá cuando llegas a la
curva tomas el camino que sale a la izquierda, vas a pasar por varios
establecimientos y tambos. Cuando se termina el camino sigue un trillo y tú
debes doblar a la izquierda. Se pasa primero por unas casas y mas adelante está
la vivienda de la familia.
Pusimos la balanza pediátrica y el tallímetro en mi coche y
salí rumbo a la rinconada próxima.
Seguí las indicaciones y cuando el camino y acabó apareció
en trillo seguí de largo en lugar de doblar, como se me había indicado, lo que
casi me cuesta quedar empantanado en el barro. Retomé el camino y paré junto a una casa
blanca con techo a dos aguas de tejas francesas, rejas antiguas en las altas
ventanas. Varios perros comenzaron a ladrar junto al enorme galpón abrigado por
un gigante ombú. Entre este ombú y el galpón parecía seguir el rastro, pero
dudé y volví a llamar al número de teléfono que tenía de la madre para
confirmar si estaba en el camino correcto. Contestó un hombre. Luego de hablar
un rato el padre de la bebe me confirmo que estaba en el camino y me dijo que
la casa de su familia estaba a 200 metros mas adelante por el camino que veía
entre el galpón y el ombú.
Seguí el rastro y llegué a otro grupo de construcciones en
peor estado de conservación que las primeras; tres enormes galpones y una casa
con techo de chapa junto a otro ombú centenario. Paré junto a uno de los
galpones con maquinaria dentro. Me sentí disuadido de seguir hasta la casa por
dos motivos. Por un lado el padre de familia me había confirmado que su esposa
estaba en casa con los niños, pero no se podía comunicar con ella. Así que para
la señora yo era un perfecto extraño que estaba en un auto junto al galpón
golpeando las manos a 40 metros de su puerta. El segundo motivo fue la
distancia que me marcaron los perros que no trasponían el límite de un hilo de
pastor eléctrico que a la altura del pecho, cerraba el paso entre el galpón y
el alambrado de siete hilos mas próximo.
Pensé que habiendo llegado hasta allí debía esperar y cumplir
con la misión que me había propuesto, lograr la evaluación de salud de la
pequeña que hacía dos meses no se podía hacer.
Luego de un rato escuché el llanto de un niño. Unos minutos después
los perros se acercaron a la puerta del rancho. Un rato después se abrió la
puerta y salió una joven a la que reconocí como la madre de Agustina. Ella
desde lejos también me reconoció también, sonrió, creo que entonces tranquila
de saber quién era el extraño que merodeaba cerca de su casa.
Bajé todos los instrumentos del auto y recorrimos el camino
compartiendo la carga. Me enteré en el camino que tenían todos los celulares
descargados, salvo el que había llevado su esposo que podía cargar en el tambo.
Esto se debía a que luego del último temporal no habían tenido electricidad en
la casa por tres días hasta anoche. Armamos la balanza y un lugar para examinar
a la niña. Vi a los dos niños y a la madre: problemas comunes diversos. Conversamos
un poco mas en la humilde vivienda.
La madre me confesó que muchas veces la
demora en llevar a los niños se debía a que tenía que desplazarse en su moto
con los dos en caminos bastante inaceptables. En la última crecida, además habían
quedado aislados unos pocos días. ¿Y cuándo
te toque llevarlos a la escuela? La tenemos a 5 kilómetros por el camino por el
que llegó hasta acá.
La pequeña quedó en el cochecito en casa, mientras
compartimos de nuevo la carga junto con el hermano mayor de Agustina de menos
de dos años. Cuando llegamos al auto y comencé a buscar medicamentos en las valijas,
el pequeño gritó ¡Papá! Había reconocido a lo lejos el apenas audible motor de
una moto. Llegó el padre, charlamos un poco mas. Antes de irme me comentó la
madre que como no se había podido hacer la ecografía de cadera tenía que darle
una orden para hacer la radiografía. Trague unos pensamientos cuaternarios y
espeté otros. El sistema lo requiere. La bebe no lo necesita y tampoco la
familia debería someterse a las molestias que le genera el sistema con este
cribado totalmente improductivo. Así es la medicalización institucional: basada en tecnología compulsiva y mal informada, ya que se ha erradicado la ecografia de cadera como cribado de la luxación congénita de cadera en casi todo el mundo inteligente ( no confundir inteligente con desarrollado).
Me despedí y me quedé pensando ¿a cuántas familias en estas
condiciones de acceso deberían visitar los gestores y políticos antes de proponer
magníficas ideas para las uruguayas y los uruguayos de a pie? ¡Cuántos
proyectos elaborados en los escritorios lejos del barro y el olor a flores de
monte y bosta de vaca! ¡Cuánta palabra innecesaria cuando se habla de un tipo
de actividad laboral que no se sufre!
Volví afortunada y francamente diferente. Con barro en los zapatos y en las
cubiertas, pero con un mezcla de satisfacción y desasosiego. Pudimos llegar,
con elementos para cumplir la tarea, pero queda mucho por hacer. No siempre tenemos aporte para el combustible y no está previsto reintegro por gastos del vehículo particular. Esto se da en
una zona rural de las mas pobladas del país, en una muy productiva cuenca
lechera, próxima a una capital departamental y próxima a la metrópolis. Recorrí
unos 30 km desde Mendoza Grande. Imaginen la variabilidad en el mundo rural del norte del país con mayores distancias y dificultades de acceso. Pero la tarea
se hace a los ponchazos. ¡Hasta que haiga gauchos!
No me vengan con 8 horas…
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